22 mayo 2013
Me gusta soñar de Viejo, que soy Joven
La miró sin fe. La veía y la miraba, la observaba y no la reconocía. Una mujer bella para él se encontraba reposando a su lado, con la entrega propia de una amante de toda la vida. De pronto, nada tenía sentido. No recordaba su nombre ni el por qué estaba ahí. No sabía quien era, ni siquiera que era lo que entraba en sus desconocidos pulmones. Al intentar moverse, los huesos le sonaron con una bulla desconcertante inhundando la habitación. Tanto fue la sonajera que despertó de sobresalto a su conciliada compañera. Ésta, lo miró con sus ojos dulces y calmos y le preguntó con una voz con dejo de dulzura traviesa ¿Quien eres? Preguntándose a sí misma, quien era el caballero de cabellos plateados que la amó tan intensamente la noche anterior. Un hombre renovado e irreconocible que la había amado por años incontables, pero que aún podía sorprenderla. Cuando la interrogante fue transmitida, el noble anciano no supo que responder. La anciana lo miró con travesura, pensando en las bromas que podían venir al caso. -No se quien soy- lanzó de pronto ¿Quien eres tu?-. Al ver su cara de incómodo nerviosismo, la vieja por fin se acopló a lo que pasaba. ¿Que te pasa amor, estás bien?- preguntó agobiada la vieja. La preocupación del agrietado hombre iba en duda y regocijo, en un vaivén de emociones acopladas. No sabía quien era, pero la situación no le incomodaba. Había soñado toda su vida, su nueva vida sin memoria; desde que despertó, por tener un momento como ese, con la mujer de sus nuevos sueños, recostado en un conveniente nido de amor. Poco importaría saber que es lo que existía, porque su comienzo estaba ahí. La vieja lo miró más preocupada todavía; ahora incluso deliraba el viejo. Se incorporó a duras penas, tomanndo a tientas el bastón y se puso los lentes. El viejo no sabía que pasaba. De pronto, se sintió ofuscado, oprimido por la duda y la lacónica curiosidad, incorporándose también al respaldo de la cama. Podías ver como una lágrima de angustia corría por su rostro, mientras su mujer buscaba costosamente el número de su doctor. Cuando se puso el auricular en la oreja, y se hubo puesto los lentes, marcó los números que decía en el papel y se escuchó el "Aló" correspondiente... Desperté. Me vi otra vez, sudando como siempre y temiendo perderte como nunca. Temí a la vida, a la muerte y al renacimiento por un rato, hasta que te acercaste semidormida y el calor de tu cuerpo me invitó a soñar contigo otra vez.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
No sé que escribir, una vez más me dejas sin palabras. Tus relatos los leo con tanto sentimiento que realmente es muy enriquecedor leerte. Sigue en esto compadre.
Saludos!
MattMetal
Publicar un comentario